Yo existo igual que existen tus pupilas,
transparentes e inmensas,
capaces de inventar cualquier futuro
con sólo un parpadeo.
Existo cada vez que escarbas en la noche
tan ebrio de infinito que no ves
el milagro que está a punto de ocurrir
justo en el hueco de tus manos,
allí donde desmigas tu silencio
para que yo regrese.
Sí, yo soy ese extraño ruiseñor
que vuela hasta tu boca
y dentro de ella encuentra
un cielo a la medida de sus alas.